martes, 19 de mayo de 2020

EN CUARENTENA

Bajo la lluvia

Cuando el agua cae,
el amarillo se vuelve verde,
se desboca el alma,
como un corcel recorre el llanto,
mitiga el duelo de los días,
desgrana las horas,
acecha como un león,
desaparece las telarañas
de los ojos del tiempo,
una espiga o un racimo,
una hoja, un pistilo o una flor,
los colores del ocaso,
una calle ciega,
una noche loca,
un alacrán y su aguijón,
tres centavos para un peso,
un viaje sin retorno,
un gesto inútil para decir adiós.

La cara oculta de los desvelos

Está el árbol,
mustio, siempre ahí,
erguido en el tiempo
como un guerrero,
sus hojas en el suelo,
es el vestigio de la sequía,
solo una brisa,
de vez en vez,
como una caricia,
hace estremecer el canto
de los grillos de enero,
y caminé esos senderos
y busqué los ojos de la luna
en los ríos vivos
y en los mares muertos,
en el lago perdido
en donde nació Yuruparí
el heredero de los cielos,
solo encontré en el silencio,
la orilla falaz de un espejismo
y la cara oculta de los desvelos.

El vendedor de quimeras

Ayer, tan solo ayer,
como si el tiempo fuera
un trapo o una bandera,
oí una voz
y me desconcertó
la amabilidad del vendedor de quimeras.
Me ofreció aromas y melodías
y la elegía de las palmeras,
me dio a probar
jarabes para la histeria;
dijo ser maestro
en el arte de abrir los ojos
y en quitarle el polvo triste
a las estrellas viajeras,
me enseñó la cura
para la melancolía
guardada en una botella,
y para aplacar la rebeldía
que acompaña a los poetas,
un menjurje de números
que suman, dividen y restan
los siglos de los profetas,
y me dio a conocer
al derecho y al revés
el valle de las estelas,
la morada de los elegidos,
los llamados a poblar la tierra.

Selene en llamas

En un estanque
sobre un manto de plata
se recuesta Selene
todo un primor
mientras las espigas
de trigo y de arroz
hacen una ovación
al ocaso que fallece
sin una lágrima
y sin un estertor,

Selene se baña
con leche de cabra
hervida con hojas
de menta y albahaca
y poleo y alcohol,
desprevenida se desnuda
y entona una canción
con su dulce voz,
al espíritu de la noche
y a las diosas del amor,

luego, en el río gris,
salta de orilla en orilla
en espera de la hora
de abrazar a Endimión,
hace las acrobacias del circo,
con su carruaje hace maromas
y baila la tonada del pastor,
todo para juntar las manos,
para despertar las luciérnagas
que duermen en los caminos
del mito, el símbolo y la pasión.


Una fuente al final de la calle del fuego

Si mis manos arrancar pudiera,
el ardor que me deja tu recuerdo
desde la penumbra de los besos
que nos dimos en primavera,
sí inseguro ya no fuera
el recorrido de una fuente
al final de la calle del fuego
que se estira como una sombra
al compás de tus pies ligeros,
si la sonrisa del arlequín
que se dibuja en blanco y negro
sobre los adoquines de concreto,
me hablara de tu mirada
rescatada de los confines
de un laberinto sin asideros,
sin huecos en los costados
como testigos de la redención
de un amor iluso y ciego...
este sueño que me posee,
que mi ser encierra,
que me aísla del cielo y de la tierra,
lo convertiría en cenizas,
en trizas de olvido,
en polvo de estrellas,
en el líquido combustible
que arde en las riberas.
Si mis manos arrancar pudiera.

Sin números

A un valle sin promesas viajé,
desnudo de ambiciones,
con las manos llenas de nada
y la tierra aferrada a mis pies,
día a día, mes a mes,
y fueron infinitos los pétalos de una rosa,
y no alcanzaron los números
para medir los pasos,
para medir los abrazos,
para medir los besos,
para medir el tiempo que se fue,
entonces, este recuerdo, viajero también,
revive en cada palabra de tu boca,
en cada gesto que te toca,
que habita un antes y un después,
renace como las auroras,
sin pasiones, sin pretensiones,
solo por si alguien las ve.

Te robé un beso

A las seis y cuarenta y cinco
la campana sonó como un trueno,
y mientras todos corrían,
yo me enamoré de tus flecos,
caían como cataratas
sobre tu rostro tierno,
tú en segundo, yo en primero,
te vi en el recreo,
la algarabía de la escuela
nos contagiaba de sueños,
cual susurro de miradas,
de rondas y de juegos,
entonces, libre de todo mal,
te robé un beso,
eso fue ilegal
pero tus ojos me dijeron
que vieron un paraíso
sembrado de luceros.

El viento lo tiene todo

No es necesario hablar,
las palabras sobran,
son una carga inútil
cuando navegamos sin principio,
cuando caminamos sin destino;
en realidad, no hace falta nada,
el viento lo tiene todo,
en sus manos de silicio
trae el polvo de los desiertos
y el agua de las nubes,
heredó de los mares
el aroma de sus sales
y un espíritu divino
capaz de avivar el fuego
y darle algún sentido
a los colores distintos
que trae consigo
el murmullo del río,
él recoge en cúmulos
las historias superpuestas,
como las franjas de tonos pardos
que se ven en el horizonte;
allí, en el cansancio de la mirada,
en una roca se forma un mapa
en donde se indican las rutas del sur,
en realidad, nada es necesario,
el viento lo tiene todo,
aun cuando la noche
se encuentre vestida de fiesta
para celebrar el festival de los muertos.

Suburbios

La noche cae sobre la lluvia
con un gesto de muerte
y deambula los suburbios
en donde el hambre
es su compañera,
lluvia y oscuridad,
noche y soledad,
una mano desamparada
golpea con frenesí
los bordes del desespero,
sin encontrar su eco,
sin vislumbrar un recuerdo,
sin que se abra una puerta,
sin que se rompa un espejo,
apenas un quejido de terciopelo
deriva en un barco de papel
hacia el mar de los deseos,
en un último intento
por enderezar el ocaso,
por cambiar el rumbo
de la marea y del viento.


Los corceles del tiempo

Aquella noche como ninguna otra,
sin la particular estampida
de los corceles del tiempo,
sin disponer de las horas
que se amontonan
en los valles y los desiertos,
sin el escudo de un verano
para contener el ataque
del abismo y del silencio,
y desde lo profundo de la memoria,
y con el desdén del fuego,
un jazmín junto a una ventana
exhala un hedor a cementerio
que libera los encantos
y encadena a los viajeros
a las alas rotas de las promesas,
a la sombra de los recuerdos
que habitan en los desfiladeros.

Oropel y lejía

Cuando, como una máquina vieja
se apague de la faz de la tierra
el odio sembrado en los caminos,
cuando se perdone la ofensa
de elevar las voces al cielo
y navegar los mares del olvido,
cuando se recupere la certeza
y acaso se presente la aurora
como una hoja en la mano
libre de volar con el destino,
cuando se conviertan en sueños,
las pesadillas de los oprimidos,
de los abandonados a la suerte
de una utopía dividida en mendrugos
untados con la sal rancia de los días,
cuando el tirano caiga de su trono
de terror, de oropel y de lejía,
cuando un sol desbocado
anuncie el final de los ocasos
y el inicio de la alegría,
el beso y el abrazo que ya no se da,
nacerá de entre las sonrisas,
como una nueva mañana
que se decanta con el canto
del mirlo y del turpial en las cornisas,
y aunque esto puede no ser realidad,
de seguro es una esperanza más,
un suspiro que se escucha como un eco
en la incertidumbre de las dudas
y el anhelo de la verdad.

Sin el hedor a cripta que tiene el olvido

Tiembla la hoja solitaria en el sauce muerto,
se sacude desde la incertidumbre,
pronta a sucumbir, envejecida y estéril
sobre el ocaso y su aroma a tierra vencida,
a pan fresco de trigo seco,
a monte húmedo y a lejanía,
se deja caer como una sombra
sobre los párpados de la sinfonía
que forma el frío en la ciudad dormida,
sobre el andén donde castañetean los dientes
de los desamparados que reclaman justicia,
y cuando por fin el estruendo de su eco
con un estertor nos hace abrir los ojos,
cuando por fin nos convencemos
y vemos una fuerza sin límite ni frontera
que se levanta como una sola, entera,
en contra de los opresores,
prestidigitadores, brujos y adivinos...
éstos, los dueños del mundo,
de un manotazo y sin hacer ruido,
con el sigilo del bandido,
nos hace agachar de nuevo la cabeza
y nos confina en nuestras casas
a seguir estultos, a seguir pasivos.
nos ordenan contar en cuenta regresiva
la desilusión que nos agobia y nos conmina
a llevar un sinsabor sin destino,
nos han dicho los muy cretinos
que debemos estar alertas
y temerosos del amigo y del vecino,
del que denuncia al presidente
y sus secuaces, sus ministros,
esos mismos y con igual cinismo
nos develan la condena del peligro
del amor que se reparte a manos llenas,
sin el hedor a cripta que tiene el olvido.


Resquicios en mi ventana

Los chamanes de la nostalgia
alrededor de una hoguera
celebran con pan y ceniza
el bacanal y el sacrificio
de la noche a la luna llena
mientras la estampida
de los amaneceres
en los espejos de agua y lodo
deshojan sin piedad
y en medio de la nada
una tonada de vaqueros,
como un grito de lujuria,
como una sombra perjura
entrometida en la oscuridad
¿Es esto un sueño de cristal?
¿El ego de un dios de porcelana?
¿Una golondrina en la mañana?
¿El ocaso sombrío de la eternidad?
Y así, entre ritual y ritual,
descubro el sabor a huerto,
a labios húmedos que emana
un torbellino de besos muertos
que se posa cual roja mariposa
en los resquicios de mi ventana.


Fin del último acto

La obra inconclusa que convulsiona
mis labios presos de fiebre,
y mis pies cansados de arrastrar tormentas,
y el telón que cae al final de una escena,
y la desnudez de una virgen profana...
me llevan hacia la hoguera que arde sin leña,
hacia el estigma de navajas que tiene el invierno
y que se hace de frío y de nieve y de escarcha;
allí me es dada la certeza del vino
y sé que el viento viene del sur
cargado con aroma de ciruelos,
como una conjunción de esencias,
como el aleteo de una flor que se vuelve fruto;
en él, reconozco la voz
que acaricia la carne inocente,
que lame las heridas y sana a los enfermos,
que despabila el vuelo de las gaviotas
y hace de un día, la teoría de los espejos,
y te reflejas mujer de terciopelo
libre de ataduras y de cadenas
en la noche y en mis recuerdos.

Nos importa un bledo su cara oscura

Despacio, sin el afán de la piel
cuando se rompe ante el silencio
insepulto de las sábanas rendidas,
mientras parpadea la noche
con su ojo pleno de desnudez,
deshago a besos tus manantiales
y aspiro tu aliento a menta,
ese que se desdobla en las esquinas,
que va y viene y cabalga una palabra,
que siembra de gemidos
la renuncia de los pecados,
que se vuelve sudor
y manos y bocas llenas,
y somos juntos uno solo
y afuera está el universo
vestido de frac y sombrero de fieltro,
y nos importa un bledo su cara oscura,
a este lado está el frenesí,
el final de una línea que se cruza,
el abismo que nos envuelve
y nos lleva, sin afán, a la locura.

EN CUARENTENA

Bajo la lluvia Cuando el agua cae, el amarillo se vuelve verde, se desboca el alma, como un corcel recorre el llanto, mitiga el duelo ...